I know who I am. Childhood

Idiosincracia

(idio-crazy)

 
“It's like ten thousand spoons when all you need is a knife”
 

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Era preciosa, la más guapa de todas. Y la más mala. Fue suya durante mil suspiros, quinientas noches y cien lunas llenas.
 
La dejó marchar porque «she's like the wind». Huracán incompleto. Fumaba como una diosa y besaba como en los cuentos de hadas.
 
(en la cama era como un cohete)
 
Lloraba.
 
La primera de sus amistades en encontrar marido-florero. Que moderna, que lista. Artera, muy artera.
 
¿Le amó alguna vez?
 
¿Mereció la pena dejar el lacrosse por ella?
 
¿Merece la pena seguir teniéndole amarrado a pesar de la distancia?

 

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Acompáñame a soñar, a leer, a nadar, a contar chistes, déjame dormir contigo. Compartamos el helado de chocolate. ¿Me ayudas a gastar una broma? ¡Ven a bailar! Juega conmigo, al escondite y al pilla-pilla, y déjame hacer trampas a las cartas. Robaré galletas para ti.
 
Shhh... que no se entere el abuelo.
 
Déjame ser tu paladín, tú seras mi princesa. ¿Sabes que hueles a champú de melocotón y almendras?
 
Seré tu abrigo en Invierno y tu brisa en Verano.
 
Promesa de meñique. Promesa de hermano.

 

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Gen Made in Murray. Que guapos todos, que preciosas ellas. Míralas, brillan. Te golpean con los ojos, con una sola mirada, y sientes que no hay suelo bajo tus pies. Te roban el corazón y hacen con él lo que quieren. ¿Y Cameron? Que mono, y que mal bicho, pero basta una de sus sonrisas y le perdonas hasta las últimas consecuencias.
 
Son Murray, eso lo explica todo.
 
Como tres gotas de agua por fuera. La abuela, la madre, la hija. Un eclipse solar, un eclipse lunar y la estrella más joven del firmamento.

 

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Un diente roto. Uñas sucias. Rodillas masacradas. Primer partido. Su equipo ha perdido. Él ha perdido. Llora en silencio, tragándose la rabia hasta que explota en un berrinche que su abuelo observa con indulgencia, permitiendo que desfogue a su manera. Siempre ha tenido un carácter complicado.
 
Rabieta. Odia perder. Lo detesta. Él no pierde, nunca. Cameron siempre gana. La realeza nunca pierde; al contrario, siempre obtiene lo que quiere. Siempre cruzan la meta los primeros.
 
Llora, grita, está de mal humor. El stick se rompe en dos pedazos desiguales, como su esperanza de encontrar consuelo en su madre.
 
«Aprende y madura. Para la próxima vez, gana como sea. Haz lo que tengas que hacer».
 
Observa su espalda en silencio, mientras ella atraviesa un pasillo y sale a fumar al balcón de su dormitorio.
 
¿Por qué no pueden ser una familia normal?
 
¿Es que ella no los quiere? ¿No le quiere?
 
¿Qué hay que hacer para ganarse el afecto de mamá?

 

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El gracioso de la clase, el payaso. Notas excelentes. Roba lapices. Levanta faldas. Sonríe, ríe un montón, una barbaridad.
 
Persigue a las niñas por el patio, compañero de todos, amigo de nadie. Que gracioso, hasta los profesores lo creen así. Lo llaman carisma, encanto, inusual para un niño de su edad.
 
¿Qué te da una puñalada trapera por la espalda? Seguro que lo merecías.
 
Truco o Trato. ¿Alguien sabe donde se esconde Cameron? El abuelo sabe, el abuelo lo sabe todo.
 
Truco o Trato.
 
¡Truco!
 
Él nunca hace tratos.

 

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Cuando tenía seis años fuimos todos a la playa. Ivy estaba sentada en el regazo de la abuela, la madre de papá, tirando de su collar, enredando las manos en el.
 
Había muchas sombrillas y tumbonas, pero poca gente. Mamá lo llamó «playa para gente pudiente». No había niños de mi edad con los cuales jugar.
 
Papá y yo buceábamos en el mar mientras mamá se sentaba a leer en una tumbona. Encontré entre la arena de la orilla, una pequeña caracola. Se la llevé a mamá. En realidad no esperaba que la aceptase, pero lo hizo. Se la quedó mirando, en el centro de la palma de su mano, y me dijo: «gracias, Cam», y vi un atisbo de sonrisa en las comisuras de sus labios. Fue de las pocas veces que me llamó así, no Cameron, no hijo, sólo Cam. Sentí que el frío que la rodeaba, el que nos había separado siempre, se debilitaba unos momentos. Tintineaba, brillaba, una pequeña grieta por la que traté de colarme.
 
Le dí un beso en la mejilla y me fui de nuevo con papá.
 
Años después, estando una vez en su dormitorio, mientras discutíamos mis posibilidades de futuro, las que ella había planeado, vi que, sobre la mesilla de noche, dentro del joyero pequeño, había una pequeña caracola.
 
Miré a Olivia, pero la grieta que había estado allí ese día, había sido sellada hacia mucho tiempo.

 

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