Historia de la Academia.

La Academia St. Peter fue fundada en 1926 bajo estrictas normas religiosas por un influyente, rico y reducido grupo de personas. El objetivo de la academia era educar a la próxima generación de manera selectiva, brindándoles lo mejor que el dinero pudiera comprar. Por supuesto, todo estuvo muy mezclado con el catolicismo, por lo que desde un principio el director fue un sacerdote, solo rompiendo la tradición en estos últimos años.

Fue una institución solo para hombres hasta el año 1940, cuando los hermanos Byrne hicieron su aparición. Equipados con carisma, ingenio y dinero, lograron darle vuelta a los esquemas de la academia por primera vez. El sistema de casas nació poco después, cada una llevando el apellido de uno de sus miembros fundadores. La casa de los hermanos Byrne pronto se volvió la más popular, la más aclamada, la más aplaudida. Eran famosos por el éxito obtenido luego de finalizar sus estudios, por su control dentro de la academia, por ser los estudiantes estrellas.


La casa Byrne comenzó a decaer luego de diez años de gloria, principalmente por las crecientes disputas entre los hermanos. Nadie sabía a qué se debían precisamente las peleas, pero las consecuencias eran catastróficas. Los murmullos en los pasillos insinuaban innombrables pecados cometidos por el hermano mayor, actos que el menor no podía echar bajo una alfombra. En una memorable ocasión, el hermano mayor estalló durante el almuerzo, sobresaltando a todo el mundo cuando se puso de pie y vociferó hacia su hermano “¡O estás conmigo, o estás contra mí!”. Un par de semanas más tarde el anuncio de la separación de la casa Byrne sacudió a la academia. El apodo de Caín y Abel ya había recaído sobre los hermanos, y no era inusual escuchar a los alumnos referirse de este modo también a las casas que ambos habían forjado.

Así terminó St. Peter por tener cuatro casas, cuyos nombres fueron cambiados por última vez en 1988: Eve, Adam, Caín y Abel. Con esta restructuración de la academia, comenzaron los problemas.

La base de St. Peter seguía siendo primordialmente católica, y los alumnos aun tenían el deber –muchos lo llamaban obligación– de acudir a misa todos los domingos, pero los sagrados votos de santidad, celibato e humillación pasaron a ser cosa del pasado. Alumnos ricos, jóvenes y poderosos, encerrados en una isla lejana durante el comienzo de su juventud. ¿Quién en su sano juicio pensó que podrían contenerse? Los excesos comenzaron, el chantaje, los complejos de superioridad. Un simple fajo de billetes podía comprar hasta a la más piadosa de las monjas, así que no había mucho que se interpusiera en el camino de estos jóvenes y sus más perversos deseos. El último intento de la junta directiva por retomar un poco de control fue el de reemplazar al anciano sacerdote a cargo de la universidad por un hombre sin ligas a la iglesia, más joven, con grandes planes. Un rayo de esperanzas para unos, la última gota que reventó el vaso para otros.

Puede que los alumnos de St. Peter crean que lo tienen todo bajo control, que el mundo es solo una canica para ser lanzada de un lado para otro, pero son observados. Cada uno de sus pasos, cada una de sus palabras, son documentados y archivados en una lista creciente de injurias. No lo notan, pero hay sombras que les siguen a todos lados, siempre al pendiente. Están analizando, calculando, planeando. Oh, St. Peter va a pagar por sus pecados.

En sangre, si es necesario.