Perfect ruin // tramas.

Niamh se ha encargado de esconderle a la mayor cantidad de gente el secreto del que menos está orgullosa, pero del que por otra parte, no puede deshacerse. Desde hace un año, coincidiendo con la separación de sus padres, Niamh ha descubierto que consigue eliminar el sonido de las voces de sus demonios con altas dosis de alcohol. No es ni mucho menos de las que llevan un petaca escondida en el bolso, ni en el tercer cajón de la cómoda de su habitación debajo de una montaña enorme de jerseys; pero sí que es cierto que, llegado el Viernes, se aleja del Campus de St. Peter y se interna en el bar más cutre que ha podido llegar a encontrar en Skye. Uno al que sabe que no irá ninguno de los elitistas estudiantes de la Universidad a la que ella también pertenece. Pero, como el destino es caprichoso y puñetero, acabó encontrándose a alguien. A él.

Desde que empezó el curso lleva siguiéndola hasta el bar. A veces finge el encuentro, y otras simplemente se rinde ante lo evidente. Al principio no le toleraba, pero ahora Niamh simplemente acepta su compañía, unas noches algo más silenciosa que otras. La cuestión es que no es el típico compañero de barra. Él llega allí y no pide ni una sola copa, sino que se dedica a ingerir algún que otro refresco, bebida energética, café o agua. Y sí, se las tuvo que ver con el camarero, porque ¿quién es su sano juicio pide un puñetero café a las dos de la mañana? Él.

Con respecto a los motivos, tengo varias opciones. La primera vez que la siguió no se esperó verla dirigirse hacia un bar, sino que pensó que se reuniría con el Club de Castidad (al que no pertenece, pero dado que no conocía por entonces nada con respecto a su vida, ni su nombre tan siquiera, podría pensarlo) y sería un buen momento para mofarse. Por lo que sea. Porque se le cruzaron los cables, porque le parecía gracioso, porque tiene esa pinta de pija indomable y quería acabar con ella, al menos, durante unos minutos. El caso es que lo que se encontró fue algo mejor, algo de lo que podía disfrutar con cierta afluencia: una Abel autodestruyéndose. Pero, ¿por qué no bebe? ¿Por qué permanece sobrio? Al principio, porque no quería perderse ni un detalle y quería poder recordarlo. ¿Ahora? Porque hay algo en ella que la atrae. No sabe describirlo, ni siquiera se ha parado a pensarlo detenidamente: pero no puede dejar de no seguirla hasta aquel bar de mala muerte, sentarse en la barra junto a ella, y pedir un puto vaso de agua.




En la vida de Niamh, por delante de ella solo hay en este mundo dos personas: Brandon y Gigi, sus dos hermanos. Sin embargo, esta persona llega a estar bastante cerca del escalón en que se ha posicionado ella misma. Es su mejor amiga, aquella con quien comparte secretos, inquietudes, aspiraciones y sueños. Dependiendo de cómo de estrecha y consistente en el tiempo queramos que sea su amistad, podemos remontarla a años atrás (incluso antes de entrar en St. Peter), o que se haya formado una vez dentro de los edificios de la Universidad. Para empezar a rolear la trama quiero que sea estrictamente eso: su mejor amiga. Sin embargo, una vez hayamos avanzado un poquito, me gustaría que le diésemos una vuelta de tuerca. Que por algo que pasase (incluyendo o no a terceras personas, eso ya lo veríamos), acabaran discutiendo, peleándose y echándose en cara errores pasados (porque somos humanos, y todos cometemos errores; hasta ellas, la una contra la otra) que les llevaría a ambas a la destrucción poco a poco de su amistad.

Además de la consecuencia directa de quedarse sin el apoyo de la otra, corren ambas también peligro de que, si están las cosas recientes en caliente, y en disposición de secretos que solo ellas conocen, pudieran llegar a soltarlos en un arrebato de rabia. Y eso, sin duda, les generaría problemas. Se me ocurre que podrían tener también incluso secretos compartidos, secretos de los que, para nada, se sintieran orgullosas.




Habéis oído hablar de los matrimonios concertados, ¿verdad? Pues sin llegar a ese extremo, sí que existen de alguna manera las relaciones concertadas. Aquella que se forma cuando la decadente y retrógrada idea de unos padres autoritarios converge en sus hijos. Sus padres, amigos y contacto el uno del otro desde hacía ya tiempo, coincidieron estando de vacaciones con sus respectivas familias el verano anterior al curso pasado. Se hicieron las presentaciones oportunas, pasaron algunos días juntos en los que se reunían para cenar y el verano llegó a su fin. Ambos hijos, él y Niamh, se reencontraron en la Universidad, lugar en el que por X razones habían pasado desapercibidos el uno para el otro. ¿Qué había cambiado? El deseo expreso de sus padres porque, ambos, pasaran tiempo juntos. Les organizaban diferentes actividades a las que ambos debían acudir juntos con cualquier pretexto, como si fueran dos hermanitas de la caridad teniéndose que patear Skye o teniendo, incluso, que desplazarse a ciudades cercanas. Hasta que ambos se dieron cuenta de lo que en realidad querían sus padres: que formalizaran una relación.

Y entonces, llegaron a un acuerdo: lo harían, la formalizarían, todo porque cada uno pudiera seguir interpretando y construyendo de la manera que le diese la gana su vida. Al principio iba todo rodado: acudían un par de veces cada tres meses a casa de uno o a casa de otro para que les vieran juntos, y el resto del tiempo cada uno iba por su lado. Sin embargo, se creó una especie de dependencia. Quizá el término obsesión/posesión sea demasiado fuerte, pero el tiempo que pasaban juntos de verdad cerca de sus familias, fue tan letal para ellos que acabaron desarrollando la sintonía de alguien que está, de verdad, volcado de lleno en una relación. ¿Se convirtió en algo dañino? En cierto modo. Se empezaron a echar en cara reacciones, la práctica de ciertas cosas, el ir con determinados individuos o, incluso, el que uno de los dos no aceptara ir a tomar algo con el otro porque tenía otras cosas que hacer. La ficción se convirtió en realidad sin siquiera ellos saberlo, y después en una pesadilla.

Todo podría haber terminado antes de verano, y faltaría aclarar qué es lo que ha sucedido desde que el curso en St. Peter se reanudó este año. ¿Posibilidades? Muchas. Todas las que queramos.




Unidos por lo que estudian, por lo que en teoría han elegido, y dejando de lado durante el rato en el que están juntos el pertenecer a una u otra casa. Les mueve el deseo de aprobar, de ser los mejores, de amenizarse las horas que pasan enfrascados en los proyectos de las distintas asignaturas de una carrera que exige mucho, y a veces te da poco. Quizá, para que sea más divertido el asunto, se me ha ocurrido que dentro de dicho grupo cada uno podría tener una función: el que organiza las quedadas de estudio, aquel que trata de boicotearlas sacándose de la manga otro plan (que incluya cerveza, por ejemplo), el que le pone pegas a todo lo que el resto hace, el novato (uno de primer o segundo año), el que les provee siempre de snacks y café. En fin, variedad, y ganas de que salgan roles interesantes.

A partir de ahí, podemos rizar el rizo todo lo que se nos antoje. Puede haber líos, incluso si alguno es de casas rivales (Caín y Abel) pueden saltar chispas, y organizarse una pequeña disputa en medio de alguna de las quedadas de estudio y derrumbar algún proyecto en el que estén trabajando. Lo dicho: lo que se nos ocurra.