La Secta.

Ríos escarlata caen del cielo, manchando la pureza que se ha construido durante siglos. Ellos ríen y traicionan, blasfeman en el nombre del Señor y unen sus manos en oraciones vacías que van más allá de un bien propio. Sus cantos son superficiales, atrayentes, como aquel que traicionó a su Creador para hundirse en el más asqueroso agujero. Creen que no los vemos, que son invisibles ante nuestros ojos, que todo lo que ocurre dentro de paredes sagradas se sella bajo un juramento de silencio irrompible.

Se equivocan.

Él es nuestra salvación, sólo Él puede librarnos del mal. Él nos observa mientras caemos uno a uno en las garras del pecado. La lujuria hace acto de presencia entre nuestros hijos y se expande como un virus que toca a las semillas más débiles. Envenenan sus mentes, inyectan sus almas de falsa grandeza y les hace olvidar todo lo que Él nos enseñó.

La máscara ha caído y la verdad reinará como alguna vez lo hizo, y Él nos conquistará a todos para regresarnos al estado puro en el que nos creó.

Los rescataremos. Los perdonaremos.

Silenciaremos a los demonios,
a la tentación,
al pecado.

Porque esta vez nada se interpondrá entre nosotros.