r.i.p to my youth — tramas.

YOU CAN CALL THIS THE FUNERAL

No fue planeado ni acordado, fue una metida de pata en todo sentido de la palabra. Fue el alcohol en la sangre, fue perder la razón por un momento y terminar con un problema que les duraría hasta saber cómo deshacerse aquello. Sin amor o cariño, posiblemente sin saber el nombre del otro siquiera. Aquello se dio y terminó de la misma forma, sin un sello o aviso. Una pesadilla, podría decirse, pues en la mente de ambos aquel casual encuentro no sería nada más que deseo carnal.

Ha pasado casi un mes desde que eso ocurrió, y Sybille tiene una noticia nada agradable por contarle. Si se atreve, si decide llevar aquella farsa por más tiempo o si encuentra una forma de sacar algo favorable de la situación. ¿Qué qué existe de bueno en estar embarazada de un extraño? Absolutamente nada. Y quizás esa sea su respuesta, lo que necesita. No hay nada. Nunca habrá nada.


No podría llamársele un amigo porque no lo son, y el título de conocidos no parece encajar en la relación de ambos. Es un dúo que se protege mutuamente, que a pesar de ser de naturaleza traicionera ha encontrado la forma de encajar. Conocen datos superficiales de algunos secretos, se aconsejan cuando más lo necesitan y podrían romperse los huesos con tal de sacar al otro de la mierda en que esté metido. Es un acuerdo mutuo, un pacto silencioso que ambos comenzaron hace tiempo.

Las escapadas de St. Peter los fines de semana van de la mano del otro, porque saben que estando juntos serían capaces de abrir las puertas del mismo infierno (ya lo reinan a diario).


Ella es su persona, la única. Porque el resto podría morir en medio del fuego y Sybille no podría estar más feliz por eso, pero si algo ocurre con ella su vida definitivamente daría un giro. No lloraría, porque los Dahmer no lloran, pero sí perdería esa parte que sólo aparece con ella. Y no es bondad ni humildad, no, que ella logra despertarla, activarla y quitarle ese estado de máquina de encima.

Su mejor y única amiga, su hermana. La que sí eligió y quien sabe no la defraudará. Se conocieron hace poco pero parece que han pasado siglos. Conoce sus secretos, sus sueños y miedos. Sabe sobre su embarazo, sobre lo aterrada que está y, por sobre todas las cosas, sabe lo difícil que es para ella detener al monstruo en el que se ha convertido.


Da miedo. Acercarse a él, tenerlo cerca, inhalar su aroma. Es una putada. Porque no sabe qué demonios significa o qué sentido encontrar detrás de esas extrañas molestias. Es una erupción en la boca de su estómago, como un golpe seco que le roba el aliento. Y si Sybille se creía inmune al miedo, él despertó esa estúpida maldición. Ahora teme y no sabe por qué, pues no son temores como ese que lleva dentro. No, lo suyo es más ligero, casi agradable. Pero al mismo tiempo es ser arrollada por un tren en marcha, aunque la caída siempre resulta más cómoda de lo imaginable.

La tiene en sus hilos, hipnotizada. Él descubrió el manual para controlarla y lo hace así no lo sepa. Ella en cambio finge odio, huye de él porque su presencia es sofocante (cálida), asquerosa (atrayente), insoportable (bendita). Lo odia para no sentir nada más y se aleja para no tenerlo cerca (lo quiere cerca, muy cerca). Es un juego sin ganador, y maldito el día en que él decidió meterse en el camino de quien está acostumbrada a ganarlo todo.


¿Podría considerarse víctima a aquel que se pone en situaciones de riesgo? No pueden culparla por encontrar placer en el dolor ajeno, ni por tener fijación en los más débiles. Sybille es bien conocida por su poca tolerancia hacia quienes intentan pasar desapercibidos, por las almas inocentes y puras del instituto. Las acecha, acorrala y manipula a su antojo, ¡son sus juguetes! Y ella la dueña.

Últimamente, sin embargo, se ha obsesionado con arruinarle la vida a esta persona. ¿El por qué? Simple y sencillamente porque parece tener algo que ella quiere y no puede tener: felicidad. Su sonrisa la asquea, su optimismo la vuelve loca y no puede evitar querer poner sus (sucias) manos en todo lo que la persona es. Es envidia pura, vaya, el deseo de joder a otros por estar tremendamente jodida.

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